EL BELGRANIANO JUAN JOSE MOORE VISITA CURUZÚ CUATIÁ

El integrante del Instituto Belgraniano de Venado Tuerto, Profesor Juan José Moore, visito Curuzú Cuatiá, la ciudad correntina, fundada por el Dr. Manuel Belgrano.

Hacia el siglo XIII, el territorio curuzucuateño era escenario del enfrentamientos entre charrúas, etnia que explotaba los recursos del pastizal, y guaraníes, que hacían lo mismo con la selva en galería de los grandes ríos (en este caso el río Uruguay, muy próximo). Ambas culturas son –incluso hoy en sus descendientes– distintas tanto físicamente como en sus creencias y rasgos culturales.
En el siglo XV los guaraníes comenzaron un proceso de unificación de las tekohá o comunidades políticas (ciudades de hasta 3.000 habitantes), que floreció con la alianza con la Corona Española a través de la mediación de la Compañía de Jesús. Curuzú Cuatiá era territorio (una estancia) dependiente de los guaraníes de la Reducción de Yapeyú. Pero estos no ejercían pleno control del ganado, ya que los charrúas correntinos se mantenían independientes, cosa que lograron mantener hasta el fin de las Guerras de la Independencia, siendo derrotados en la ciudad entrerriana de Victoria (para los blancos) o La Matanza (para los charrúas).

Durante la época colonial, Curuzú Cuatiá fue absorbida culturalmente por los guaraníes, si bien mantuvo su independencia ya que no se asentaba en el ecosistema típico guaraní (los ríos) sino en el pastizal (charrúa). Sin embargo, los charrúas no quisieron nunca aliarse a los españoles o criollos y luego de la derrota militar se disgregaron en el pueblo llano de la provincia de Entre Ríos y sur de Corrientes. Los guaraníes en cambio supieron mantener gran parte de sus valores (y la lengua) de tal forma que tanto charrúas como hijos de españoles –y luego incluso europeos llegados en el siglo XIX y XX– aprendieron a hablar guaraní.

El padre Tomás de Baeza en una carta fechada el 15 de abril de 1682 relata su encuentro con el Suaj Don Gaspar “El costero“. No todos los suaj (líder, en lengua charrúa) ostentaban el título de “Don”, solo aquellos que se lo ganaban negociando con los españoles, quienes se lo otorgaban en reconocimiento a su poder. Don Gaspar, tenía su territorio entre la Selva del Montiel y los campos de Curuzú Cuatiá y mantenía una tensa relación entre los responsables del poder en esa época, a saber el Superior Provincial de la Orden Jesuita, el Teniente de Gobernador de Santa Fé y los Tuvichá Kuera “Los grandes líderes” de las ciudades guaraníes, todos estos, junto con él, eran los responsables del duro y a veces violento juego político en el cual vivía la mesopotamia argentina en los siglos XVII y XVIII.

Curuzú Cuatiá era un vecindario rural con casas de adobe y paja a fines del siglo XVIII; luego comenzó a poblarse fuertemente con vecinos provenientes de San Roque y Corrientes, con la intención de frenar el avance de los indios yapeyuanos. Un grupo de vecinos solicitó autorización para la construcción de una capilla que fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar. El juez comisionario, José Zambrana, solicitó al virrey Avilés la autorización para crear un pueblo junto a la capital por la presencia de importantes estancias en el lugar que favorecerían el desarrollo comercial. El 18 de abril de 1799 el virrey dispuso la creación del pueblo, encomendando a Zambrana la delimitación de la plaza, calles y entrega de solares.

El 16 de noviembre de 1810, el general Dr. Manuel Belgrano, observando la estratégica situación del lugar –ubicado en el centro de la Mesopotamia argentina– en su campaña militar hacia el Paraguay, le dictó a su secretario, el Teniente Ignacio Warnes, el acta en la cual fundó el pueblo de (Nuestra Señora del Pilar de) Curuzú Cuatiá, que en len

Hacia el siglo XIII, el territorio curuzucuateño era escenario del enfrentamientos entre charrúas, etnia que explotaba los recursos del pastizal, y guaraníes, que hacían lo mismo con la selva en galería de los grandes ríos (en este caso el río Uruguay, muy próximo). Ambas culturas son –incluso hoy en sus descendientes– distintas tanto físicamente como en sus creencias y rasgos culturales.

En el siglo XV los guaraníes comenzaron un proceso de unificación de las tekohá o comunidades políticas (ciudades de hasta 3.000 habitantes), que floreció con la alianza con la Corona Española a través de la mediación de la Compañía de Jesús. Curuzú Cuatiá era territorio (una estancia) dependiente de los guaraníes de la Reducción de Yapeyú. Pero estos no ejercían pleno control del ganado, ya que los charrúas correntinos se mantenían independientes, cosa que lograron mantener hasta el fin de las Guerras de la Independencia, siendo derrotados en la ciudad entrerriana de Victoria (para los blancos) o La Matanza (para los charrúas).

Durante la época colonial, Curuzú Cuatiá fue absorbida culturalmente por los guaraníes, si bien mantuvo su independencia ya que no se asentaba en el ecosistema típico guaraní (los ríos) sino en el pastizal (charrúa). Sin embargo, los charrúas no quisieron nunca aliarse a los españoles o criollos y luego de la derrota militar se disgregaron en el pueblo llano de la provincia de Entre Ríos y sur de Corrientes. Los guaraníes en cambio supieron mantener gran parte de sus valores (y la lengua) de tal forma que tanto charrúas como hijos de españoles –y luego incluso europeos llegados en el siglo XIX y XX– aprendieron a hablar guaraní.

El padre Tomás de Baeza en una carta fechada el 15 de abril de 1682 relata su encuentro con el Suaj Don Gaspar “El costero“. No todos los suaj (líder, en lengua charrúa) ostentaban el título de “Don”, solo aquellos que se lo ganaban negociando con los españoles, quienes se lo otorgaban en reconocimiento a su poder. Don Gaspar, tenía su territorio entre la Selva del Montiel y los campos de Curuzú Cuatiá y mantenía una tensa relación entre los responsables del poder en esa época, a saber el Superior Provincial de la Orden Jesuita, el Teniente de Gobernador de Santa Fé y los Tuvichá Kuera “Los grandes líderes” de las ciudades guaraníes, todos estos, junto con él, eran los responsables del duro y a veces violento juego político en el cual vivía la mesopotamia argentina en los siglos XVII y XVIII.

Tomas de Baeza relata:


“Llegó a mediodía don Gaspar el Costero con 30 indios armados. Les hablé, pero ninguno bajo del caballo, y de Gaspar por más que le decía, no saqué ni un ‘tá’ frío. Aunque sabe bien la lengua guaraní”(Don Gaspar) solo dijo que las tierras en las que querían estar eran suyas, y que no quería ver en ellas padres, ni tampoco pueblo de cristianos, y que no se podían olvidar que en la última guerra los (guaraníes) luisistas les habían muerto su capitán y que no estaba bien con aquél padre viejo (Nusforffer, superior jesuita) que siendo superior había despachado soldados contra ellos y traído españoles de Santa Fe a hacerles daño” 2

Curuzú Cuatiá era un vecindario rural con casas de adobe y paja a fines del siglo XVIII; luego comenzó a poblarse fuertemente con vecinos provenientes de San Roque y Corrientes, con la intención de frenar el avance de los indios yapeyuanos. Un grupo de vecinos solicitó autorización para la construcción de una capilla que fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar. El juez comisionario, José Zambrana, solicitó al virrey Avilés la autorización para crear un pueblo junto a la capital por la presencia de importantes estancias en el lugar que favorecerían el desarrollo comercial. El 18 de abril de 1799 el virrey dispuso la creación del pueblo, encomendando a Zambrana la delimitación de la plaza, calles y entrega de solares.

El 16 de noviembre de 1810, el general Dr. Manuel Belgrano, observando la estratégica situación del lugar –ubicado en el centro de la Mesopotamia argentina– en su campaña militar hacia el Paraguay, le dictó a su secretario, el Teniente Ignacio Warnes, el acta en la cual fundó el pueblo de (Nuestra Señora del Pilar de) Curuzú Cuatiá, que en lengua guaraní significa cruz de papel, lo que podría hacer referencia a la etapa “guaraní cristianado” o “neófitos”, como se llamaba antiguamente a los guaraníes que decidieron usar a los jesuitas como protección legal ante el frente blanco en expansión (bandeirante portugueses y españoles).

Belgrano no hizo más que incorporarse a una dinámica de enfrentamientos culturales que venía de antes de la llegada de los europeos a la zona. Así “fundó” Curuzú Cuatiá con el objeto de organizar la jurisdicción de Corrientes y contener los intentos de avance luso-bHacia el siglo XIII, el territorio curuzucuateño era escenario del enfrentamientos entre charrúas, etnia que explotaba los recursos del pastizal, y guaraníes, que hacían lo mismo con la selva en galería de los grandes ríos (en este caso el río Uruguay, muy próximo). Ambas culturas son –incluso hoy en sus descendientes– distintas tanto físicamente como en sus creencias y rasgos culturales.

En el siglo XV los guaraníes comenzaron un proceso de unificación de las tekohá o comunidades políticas (ciudades de hasta 3.000 habitantes), que floreció con la alianza con la Corona Española a través de la mediación de la Compañía de Jesús. Curuzú Cuatiá era territorio (una estancia) dependiente de los guaraníes de la Reducción de Yapeyú. Pero estos no ejercían pleno control del ganado, ya que los charrúas correntinos se mantenían independientes, cosa que lograron mantener hasta el fin de las Guerras de la Independencia, siendo derrotados en la ciudad entrerriana de Victoria (para los blancos) o La Matanza (para los charrúas).

Durante la época colonial, Curuzú Cuatiá fue absorbida culturalmente por los guaraníes, si bien mantuvo su independencia ya que no se asentaba en el ecosistema típico guaraní (los ríos) sino en el pastizal (charrúa). Sin embargo, los charrúas no quisieron nunca aliarse a los españoles o criollos y luego de la derrota militar se disgregaron en el pueblo llano de la provincia de Entre Ríos y sur de Corrientes. Los guaraníes en cambio supieron mantener gran parte de sus valores (y la lengua) de tal forma que tanto charrúas como hijos de españoles –y luego incluso europeos llegados en el siglo XIX y XX– aprendieron a hablar guaraní.

Curuzú Cuatiá era un vecindario rural con casas de adobe y paja a fines del siglo XVIII; luego comenzó a poblarse fuertemente con vecinos provenientes de San Roque y Corrientes, con la intención de frenar el avance de los indios yapeyuanos. Un grupo de vecinos solicitó autorización para la construcción de una capilla que fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar.

El 16 de noviembre de 1810, el general Dr. Manuel Belgrano, observando la estratégica situación del lugar –ubicado en el centro de la Mesopotamia argentina– en su campaña militar hacia el Paraguay, le dictó a su secretario, el Teniente Ignacio Warnes, el acta en la cual fundó el pueblo de (Nuestra Señora del Pilar de) Curuzú Cuatiá, que en lengua guaraní significa cruz de papel, lo que podría hacer referencia a la etapa “guaraní cristianado” o “neófitos”, como se llamaba antiguamente a los guaraníes que decidieron usar a los jesuitas como protección legal ante el frente blanco en expansión (bandeirante portugueses y españoles).

Belgrano no hizo más que incorporarse a una dinámica de enfrentamientos culturales que venía de antes de la llegada de los europeos a la zona. Así fundó Curuzú Cuatiá con el objeto de organizar la jurisdicción de Corrientes y contener los intentos de avance luso-brasileño sobre la mesopotamia argentina. Resolvió también un pleito jurisdiccional entre Corrientes y Yapeyú sobre ese territorio, adjudicándolo a la jurisdicción de Corrientes.



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